El
trapecista trepa por la delgada cuerda maltrecha. En la cima lo
espera el descanso del vacío. Se agazapa y se mece, temerario
de rutina. Una multitud ruge su nombre y sabe que ha llegado el
momento: se arroja al reparo de dos brazos que apenas presiente.
El
autor juega una última pirueta y sabe que en estos Cuentos
Incompletos se pondrá en el límite del raciocinio
y el desguace. No le importa. Sabe que la vida -de estar- siempre
grita en otro lado.
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